Miami, Estados UnidosEl mes pasado, cuando Gianni Infantino dijo que la FIFA estaba “retomando el control” de la venta de las entradas para la Copa del Mundo, el nuevo presidente del organismo de gobierno del fútbol internacional no mencionó ningún nombre.
Pero el dardo estaba claramente dirigido a Jaime y Enrique Byrom, dos hermanos poco conocidos que han amasado una fortuna a través de una serie de contratos exclusivos para supervisar la venta de entradas y los paquetes hoteleros del evento deportivo más popular del mundo.
Arrebatar ese negocio a los hermanos sería una prueba importante de la determinación de la FIFA para dejar de ser una organización que según investigadores estadounidenses y suizos ha conducido sus negocios durante décadas a través de un reducido grupo de hombres poderosos.
Los hermanos Byrom, de nacionalidad mexicana, operan un grupo de compañías bajo el paraguas de la firma Match desde un edificio de oficinas común y corriente en las afueras de Manchester, Inglaterra, y de otro en Zúrich, Suiza.
Nunca han sido acusados de un crimen, pero Infantino lamentó el mes pasado que la venta de boletos de la Copa del Mundo “vaya [siempre] de la mano de los escándalos”.
Jaime Byrom no apreció la insinuación.
Explicó que aunque su cuñado, Ray Whelan, fue arrestado en 2014 en Brasil en el marco de una investigación sobre venta de entradas el mercado negro, fue exonerado por los tribunales brasileños.
Un portavoz de la compañía dijo que ésta nunca “ha sido responsable de negligencia o (como se implica) de ningún escándalo”.
Los hermanos Byrom, los cuales tienen muchos aliados en el mundo del fútbol, señalan que tienen contratos con la FIFA por varios años más, pero funcionarios de esta organización han dicho que pueden cancelar uno de los más rentables—un contrato exclusivo hasta 2022 para ofrecer servicios de hospitalidad a los aficionados más acaudalados—si el desempeño de Match durante el Mundial de Rusia de 2018 pone en peligro la capacidad de la compañía para cumplir con sus obligaciones, incluyendo el pago de una cuota de licenciamiento de US$160 millones antes de 2022.
Los hermanos reconocen que las ventas de entradas para Rusia están lentas, lo que atribuyen a la costumbre local de aprobar presupuestos a última hora, las sanciones internacionales y el colapso del rublo.
Sin embargo, dicen que cumplirán con el acuerdo.
En un comunicado, Infantino dijo que la FIFA explora “alternativas operativas” para sus negocios de entradas y hospitalidad, incluyendo vender esos servicios directamente.
El éxito de los Byrom es en muchos aspectos paralelo al crecimiento de la FIFA, que pasó de ser un modesto administrador deportivo a una operación multimillonaria construida sobre el éxito arrollador de la Copa del Mundo.
Match recibe aproximadamente US$800 millones en ingresos por esta competencia a través de una gama de servicios.
Si bien los ingresos totales son difíciles de determinar, Jaime Byrom dijo que el margen de beneficio combinado de todos los contratos de Match para las Copas Mundiales de 2010 y 2014 fue 6%, lo que él dice es una “ganancia adecuada pero no excesiva”.
Los hermanos desempeñan diferentes papeles.
Enrique, de 63 años, es el encargado de forjar lazos con los clientes.
Jaime, 60 años, está más cómodo tras bambalinas.
Una hermana, Robyn, es también socia de la empresa.
Los Byrom ingresaron al mundo del fútbol internacional a través de su padre, quien fuera un amigo cercano de Guillermo Cañedo de la Bárcena, uno de los principales organizadores de la Copa Mundial de 1986 en México.
Los Byrom se convirtieron en uno de los operadores turísticos del evento, que se convirtió en trampolín para un negocio que ya abarca nueve Mundiales.
A lo largo de varias décadas, según personas familiarizadas con el asunto, los Byrom forjaron lazos estrechos con los directivos sudamericanos de la FIFA, especialmente con Julio Grondona, el fallecido líder de la federación argentina.
Al año siguiente de su muerte, la FIFA culpó a Grondona de haber aprobado los pagos corruptos que se convirtieron en el foco de una investigación del Departamento de Justicia de Estados Unidos y de la Procuraduría General de Justicia de Suiza.
En 2016, la FIFA también acusó a Grondona de haber participado en un plan para repartir US$ 80 millones en bonificaciones con otros tres altos ejecutivos.
Los Byrom dijeron que si bien eran cercanos a Grondona también cultivaron relaciones con otros líderes y ejecutivos de la FIFA.