Tegucigalpa, Honduras.
Nadie sabe dónde caerá una bala perdida, no existe ni la mínima idea.
Muchas veces terminan causando daño a víctimas inocentes.
La muerte y el dolor sorprende en cuestión de segundos.
La familia Vega sufrió en carne propia lo anterior.
La desgracia les entró sin siquiera tocarles a la puerta.
La muerte ocurrió en el año 2000 pero su padre don Gonzalo (65) y su madre doña Consuelo (70) no dejan de preguntarse por qué tuvo que ser su hija la víctima inocente de ese año.
Hace 17 años Evelyn Marisela -a quien sus padres describen como una mujer que era especial, cariñosa y alegre- pasó de disfrutar de una Nochebuena llena de música en la casa en que se crió a una tumba.
"Ellas ni salían, yo las acostumbré a estar en la casa.
Ese noche la vi caer al suelo, yo estaba sentado en una silla y solo miré que ella cayó al suelo con mi nieto.
Cuando me acerqué vi la sangre", cuenta don Gonzalo visiblemente afectado.
"No sean ingratos, no disparen porque no saben dónde caerá la bala.
A nosotros nos quitaron nuestra hija y solo Dios sabe quién fue", recomendó don Gonzalo.
Todo era risa y el ambiente era de fiesta.
Evelyn compartía junto a sus hermanos en la sala de la modesta casa de madera de sus padres, ubicada en un sector de la Nueva Capital, en Tegucigalpa.
Conformaban el ambiente perfecto de una celebración que terminó en tragedia.
Una bala perdida impactó directamente en la cabeza de la joven que recientemente había estado festejando dos acontecimientos importantes: tenía 17 meses de haberse convertido en madre y acababa de arribar a sus 22 años de edad.